La danesa, olímpica en los maratones de Río y Londres, comparte estos días únicamente con sus dos perros en una casa de campo entre olivos y montañas.
En estos días de tanta incertidumbre, a Jessica Petersson le tranquiliza ver que las montañas sobre su hogar siguen en su sitio. La atleta danesa, olímpica en los maratones de Río y Londres, pasa el confinamiento en un enclave privilegiado de Alhama acompañada únicamente por sus dos perros, a los que ama, «sin nadie que ver ni oír» alrededor, entre olivos y pájaros cantarines. Desde su casa de campo se mantiene informada de cualquier última hora relacionada con la Covid-19 –«una responsabilidad, aunque sea triste»– para explicar la pandemia a sus amigos con menos recursos. Porque es a lo que se dedica, a traducir como freelance, voluntaria estos días en los que el reto para el lenguaje es mayúsculo.
Jessica Petersson siente muchas emociones diferentes al mismo tiempo: miedo al virus, preocupación por lo que la pandemia siembra, orgullo por aquellos que están dando a los demás lo mejor de sí mismos, felicidad por estar donde está. «Ante todo, me siento una afortunada dentro de la gravedad de la situación. No estoy enferma ni he tenido que lamentar la muerte de un ser querido. Ahora mismo la vida y la salud son las únicas prioridades», refleja la danesa, muy querida por la familia del Gran Premio de Fondo de Diputación por su sonrisa contagiosa. El sábado volvió a correr: «Estaba deseando después de tanto vino y chocolate».
Días antes de que España se encerrase, Jessica Petersson pensó en pelear por sus terceros Juegos Olímpicos, los de Tokio. «Gané la prueba del Gran Premio en Loja corriendo mucho mejor de lo que esperaba y me vine arriba. Hasta me apunté a dos maratones ahora cancelados –Hamburgo y Riga– para tener la oportunidad. Estaba emocionada, pero me alegró que aplazaran los Juegos Olímpicos porque muchos atletas estaban arriesgándose demasiado ante la incertidumbre», explica. «De hecho, a veces pienso que deberían pasarse a 2022 en realidad, aunque dos años son muchos para carreras deportivas tan cortas», apostilla.
La danesa, una atleta olímpica que al fin vuelve a ser feliz corriendo tras abandonar el deporte de élite, es una enamorada del circuito de Diputación. «Me encanta el Gran Premio como celebración de la salud y la amistad, como excusa para visitar los preciosos pueblos de Granada. De hecho, la próxima carrera iba a ser la de Alhama, que pasa por la puerta de mi casa, y quería invitar a mi equipo a cava y tapas», reseña Jessica Petersson en referencia al Granada Run Project, un club para el que sólo tiene palabras de agradecimiento. «Son grandísimas personas. Nos animamos mucho por el grupo de WhatsApp», agrega. La danesa, volcada con la presencia femenina en un Gran Premio que no ve volviendo hasta 2021, se sigue ofreciendo para diseñar «planes de iniciación» para ‘runners’.
Sola pero acompañada
Toda su compañía en la cuarentena, excepto el día que hace la compra en Alhama, son sus perros Wolfie y Sofía, un pastor negro alemán y un belga malinois, ambos recogidos de la calle. Bromea: «No he hablado con nadie por teléfono, ni por Zoom ni Skype, así que mi vocabulario se ha reducido a ‘buen perro’, ‘no’, ‘¿hora de la cena?’ y ruidos divertidos». «Son mis razones para sonreír, reír y jugar; impiden que pase todo el tiempo analizando lo que está pasando», expresa, satisfecha por ver lo felices que son ahora respecto a como los conoció. Wolfie mordisqueaba una botella de agua tras tres días tirado en un aparcamiento; a Sofía se la quedó la noche previa a la aplicación del estado de alarma tras verla durante varios días con la cara muy hinchada e infectada. «Ellos y los vídeos de los hijos de mis amigos me recuerdan todo lo bueno por lo que luchamos», confiesa.
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