Santa Cruz del Comercio, un pequeño pueblo de Granada, acoge en una de sus calles a todos los miembros de una misma familia, una de las más grandes del pueblo.
En este pueblo de Granada, y de la Comarca de Alhama, hay una calle donde todos los vecinos comparten apellido. Santa Cruz del Comercio, un pequeño pueblo de Granada, acoge en una de sus vías a más de una treintena de miembros de una misma familia distribuidos en nueve de las trece casas.
«Mi padre era muy gracioso, decía muchas tonterías y por eso le decían ‘El Chirigotas’ », explica Paco, uno de sus hijos, para darle sentido al mote que reciben. En esta calle no falta ni Dios, pues la Iglesia del pueblo anuncia el inicio de la vía. Colindante a ella, hay una fachada de piedra cuya puerta de madera deja entrever el abandono de lo que antiguamente era el cine del pueblo y a partir de ahí, la familia Ordoñez. En cada casa, tras cada puerta. Casi ninguno se libra del apellido.
Hace unos 50 años desde que Luis adquirió los terrenos en los que ahora viven sus hijos. Aquello no era más que un vertedero a la orilla del río Alhama, pero fruto de los ingresos que todos los hijos aportaban en casa, pudieron comenzar a allanar el terreno y construir su futuro. En la parte izquierda están Fernando, Diego, Pepe, Paco y Ani, cinco de los siete hijos de Luis que se instalaron en las primeras casas de la familia. Sus cocheras dan la cara al río donde algunos han creado sus negocios familiares: una peluquería y una carpintería.
Allí, los que por aquel entonces eran los más pequeños, guardan los recuerdos de una infancia muy feliz y rodeados de la familia. «Todos los primos jugábamos en el río, hacíamos flechas y escudos con algunas cosas de la carpintería», cuenta Iván, hijo de Paco. Poco a poco, los nietos de Luis también han ido instalándose en esta calle. «Yo lo tenía claro, no me iba a ir a otro sitio», explica Isabel, una de sus nietas que decidió comprar un solar casi enfrente de su madre Ani. A su lado está la casa de Roberto, otro de los hijos de Luis que no quiso volar lejos de sus hermanos y rodeando la calle, Nicali la hermana que “más lejos” vive, a tres minutos de los demás. A todo esto, además, se suma su hijo Abel, que también está construyendo su domicilio en la misma calle.
De las trece viviendas, con cuatro no comparten parentesco, pero han sido como de la familia. «Si Angelitas se dejaba la puerta abierta jugábamos al escondite en su casa», comentan los primos entre risas. Siempre han tenido buena relación, ignorando alguna que otra rencilla propia de la convivencia vecinal durante toda una vida. Es por esto que casi todos se consideran como de la misma familia, pues al final viven en la calle de Los Chirigotas. Son uno más de ellos.
Encontrarlos a todos juntos se llega a convertir en misión imposible. «A veces nos juntamos a tomar el fresco, conforme van llegando de trabajar se paran en mi puerta», explica Ani lamentando que esto solo suceda pocas veces. El trabajo, los viajes o la familia -a nivel más individual- son algunos de los motivos por los que estos vecinos, a veces, ni se ven el pelo, pero cuando lo hacen, se “hartan de reir”.
No faltan las bromas.
Pasan los minutos y van llegando más familiares. «¡Para, para!», grita Isabel a otra de sus primas que pasa por la calle con su furgoneta. «No, que tengo prisa», responde. Abel también pasa con su coche, pero a este si logran convencerlo. «Aparca ahí y te bajas un ratito», le dicen.
El jolgorio, las bromas y el ruido -no es fácil silenciar a más de veinte personas- protagonizan el atardecer en la calle José Milena durante las tardes de verano.
A pesar de la marcha de los padres, esta familia, en mayor o menor medida, sigue unida. Por sus padres, por su apellido y por su calle. Porque lo que Luis creó perdura y perdurará durante toda la vida. Le dió un hogar a sus hijos, a sus nietos y a sus bisnietos. Un legado que seguirá generación tras generación. La calle de ‘Los Chirigotas’ donde todos son una familia y ríen sin parar, continuará creando su propia historia.
Fuente: ideal.es