El jefe de la Policía Local de Íllora se adelantó a los rastreos, usó tácticas policiales para investigar los focos del virus y, su colaboración con el centro de salud fue clave para hacer del pueblo granadino un fortín en la primera ola. Ahora le apodan ‘cabo Covid’
Mucho antes de merecerse aparecer en esta sección de héroes anónimos por su trabajo durante la pandemia del Covid-19, Antonio Cobos (Loja, 1975) ya era oficialmente un héroe con medalla. La de la Cruz de Plata de la Guardia Civil se la impusieron por su actuación en el incendio que en la madrugada del 2 de febrero de 1995 asoló un albergue juvenil en el pantano de los Bermejales, donde dormían 34 niños de nueve años. Entonces Cobos era un vocacional guardia civil de 19 años destinado en Arenas del Rey.
La crónica de IDEAL de aquel trágico día relata cómo el joven agente se empapó con una manguera y entró en una habitación en llamas «arriesgando su vida» para buscar a dos pequeñas que no aparecían y que, por desgracia, murieron asfixiadas. Salir del fuego con el cadáver de una de las niñas entre sus brazos fue el momento más duro de la vida profesional de este agente, que luego se curtiría en la lucha antiterrorista y viviría muchas más situaciones terribles, como miembro del Servicio de Información de la Guardia Civil del cuartel de Intxaurrondo de San Sebastián.
La tragedia de los Bermejales marcó tanto al entonces joven guardia –ahora jefe de la Policía Local de Íllora– que sus hijas llevan el nombre de aquellas dos pequeñas, Lucía y Cecilia. «No somos héroes, ni personas extraordinarias, somos gente normal que hemos tenido que vivir situaciones extraordinarias», dice el jefe de Policía, que ha desarrollado una incansable e importante labor para luchar contra el Covid-19 en Íllora.
«Cuando estalló la pandemia había desconocimiento, ni siquiera estaban los protocolos bien perfilados, no había medios… Pesé que lo que yo podía aportar era mi experiencia en situaciones de crisis», recuerda.
Y aplicó técnicas policiales y de investigación, esas mismas que utilizaba en la lucha antiterrorista, para contener el virus. Ahora los malos a los que había que llegar eran los focos de la infección, que no los infectados. Descubrirlos y contener los contagios a golpe de aislamiento ha sido su obsesión. Y todo a contrarreloj y sin descanso. Cuando se quitaba el uniforme, seguía trabajando pegado al móvil.
Gracias a la alianza que se ha tejido entre la Policía y el centro de salud, pero sobre todo a la colaboración de los ilurquenses afectados, que además de autoconfinarse informaban confidencial y voluntariamente al investigador, se atajaron los primeros focos.
Aún sin test, el adelanto de los aislamientos funcionó como un gran dique de contención de la primera ola y convirtió Íllora en algo así como «la aldea de Asterix y Obélix», un pequeño fortín donde no entraba el virus mientras en los pueblos de alrededor se disparaban las tasas. La localidad de diez mil habitantes se plantó en septiembre con siete contagios, dos de ellos de sanitarios que trabajan en Granada. La pandemia se mantenía a raya.
El éxito de la primera ola
«En la primer ola todo el mérito fue de la concienciación de los vecinos», asegura Cobos, que recuerda cómo los buenos resultados daban entonces aliento a los sanitarios, guardia civiles, voluntarios y todos los que en el pueblo dedicaron jornadas maratonianas a contener la pandemia.
Pero del orgullo al desastre y la frustración solo distaba un verano. Con la segunda ola llegaron la irresponsabilidad y 600 positivos. La ‘no feria’ local de octubre marcó el pico de contagios y el desastre en los días siguientes. Diez muertos en un mes sacudieron el pueblo.
«Se quebró la confianza, se perdió el miedo a la enfermedad, ya no cooperaban. La gente no era consciente de la gravedad de lo que se nos iba a venir encima», rememora dolido Cobos. El esfuerzo y el sacrificio de tantos se fue a pique pero ninguno tiró la toalla.
«Yo he estado aislado de mis hijas, de mi mujer o mi madre porque tenía asumido que me iba a contagiar. Los profesionales del centro de salud, el brigada… todos nos hemos derrumbado algún día y entre nosotros nos hemos apoyado. Cuando ves llorar a un médico se te cae el alma al suelo», admite.
Y precisamente esa unión y empatía entre servidores públicos nacida en pandemia es lo que no quiere olvidar de este terrible año. «Todo el centro de salud y su directora Amelia han sido la piedra angular de la lucha contra la pandemia. Con ellos y con la Guardia Civil hemos hecho una piña, personal y profesional, que se va a quedar para el beneficio del pueblo», asegura orgulloso.
En cuanto a lo que más le ha impactado, lo tiene claro: la soledad de los mayores, con los que se ha volcado la Policía Local. «Los héroes de esta pandemia son ellos».
El año que hizo tanto héroe a su pesar se le ha pasado volando al jefe Cobos, ahora apodado en el pueblo ‘cabo Covid’ por su tenacidad y por ser el azote de los irresponsables y de las cachimbas en pandemia.
De cara al futuro, Cobos cree que sería vital que las autoridades sumaran investigadores locales a la lucha contra la pandemia: «No se puede confiar en la buena fe ni en un call center con nueve personas para dos provincias».
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